Just Listen by Sarah Dessen

Just Listen by Sarah Dessen

autor:Sarah Dessen [Sarah Dessen]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788415120643
editor: Maeva Ediciones
publicado: 2012-04-02T00:00:00+00:00


A la mañana siguiente, Owen comenzó su programa con una canción tecno que duró, sin coña, ocho minutos y medio. Durante todo ese tiempo no paré de decirme a mí misma que tenía todo el derecho a volver a dormirme, pero por algún motivo no fui capaz de hacerlo.

–Eso ha sido Prickle con Velveteen –dijo cuando al fin terminó–. De su segundo trabajo, The burning, probablemente uno de los mejores discos de tecno de la historia. Difícil de creer que haya gente a la que no le gusta esta música, ¿verdad? Estás escuchando Control de la agresividad. ¿Tienes alguna petición? Llámanos al 555-WRUS. Aquí viene Snakeplant.

Puse cara de hastío, pero no me dormí. En vez de eso, escuché el programa entero, como ya tenía por costumbre últimamente. Owen puso algo de rockabilly, cantos gregorianos y una canción en español que describió como «similar a Astrid Gilberto y, sin embargo, totalmente distinto». Significara lo que significase. Por fin, en los últimos momentos justo antes de las ocho, oí las primeras notas de una canción que me resultó conocida. Aunque no estaba segura de lo que era, hasta que Owen volvió a hablar.

–Habéis escuchado Control de la agresividad, en vuestra emisora de radio comunitaria, WRUS, 89.9. Y hoy vamos a terminar con una dedicatoria de larga distancia para una oyente habitual, a quien nos gustaría decirle: «No te avergüences de la música que te gusta. Incluso si, en nuestra humilde opinión, no parece música en absoluto. Sabemos por qué fuiste ayer al centro comercial. ¡Hasta la semana que viene!».

Solo entonces lo reconocí: era la canción de Jenny Reef, la que habían tocado sin parar el día anterior en el centro comercial. Cuando empezó, me incorporé y cogí el teléfono.

–WRUS, Radio comunitaria.

–No fui al centro comercial a ver a Jenny Reef –dije–. Ya te lo expliqué ayer.

–¿Estás disfrutando la canción?

–Pues mira, sí –le contesté–. Es mejor que casi todo lo que has puesto hoy.

–Muy graciosa.

–Lo digo en serio.

–Ya lo sé –me contestó–. Y es muy triste, la verdad.

–Casi tan triste como que hayas puesto a Jenny Reef en tu programa. ¿Qué es esto, «Todas las canciones, nada de tostones»?

–¡Se supone que era irónico!

Sonreí y me pasé un mechón de pelo detrás de la oreja.

–Sí, ya, como que me lo voy a creer.

Suspiró audiblemente.

–Ya está bien de Jenny Reef. Contéstame esto: ¿qué te parece beicon?

–¿Beicon? –repetí–. ¿Qué canción es esa?

–No es una canción. Es comida. ¿No conoces el beicon? ¿Panceta de cerdo? ¿Que chisporretea al freírlo?

Me separé el teléfono de la oreja, lo miré incrédula y volví a colocar el auricular en su sitio.

–¿Qué dices? ¿Te apetece? –estaba preguntándome.

–¿El qué? –pregunté.

–Desayunar.

–¿Ahora mismo? –pregunté, mirando el reloj.

–¿Qué pasa? ¿Tienes otros planes a estas horas?

–Bueno, no, pero...

–¡Genial! Te paso a buscar dentro de veinte minutos.

Y colgó. Coloqué el teléfono en su base y me di la vuelta para mirarme en el espejo del tocador. Veinte minutos, pensé. Vale. En diecinueve minutos y medio había conseguido ducharme, ponerme algo de ropa y salir a la puerta de mi casa, donde estaba esperando cuando Owen paró en el camino de entrada.



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